viernes, 15 de febrero de 2008

Hablando de luz...

...no cabe duda. Cuando una necesita de algo o de alguien, el universo hace todo lo posible porque este a tu alcance.

Resulta que en mi trabajo me han cambiado mi computadora, hoy es el ultimo día que tengo mi HP con Pentium D y floppy de 3 1/2". Llego a mi oficina, abro un cajón de mi archivero y me encuentro con 2 cajas de floppies. ¿Qué hago con esto?...Me respondo, es probable que esta sea la última vez que tengas una unidad de floppies a la mano y por tanto es probable que sea la última vez que puedas ver que tienen esos discos. Procedo a insertarlos uno a uno y me encuentro así de golpe con mi pasado...mejor dicho, con una época dorada de mi pasado... si aquella época en que mis musas me inspiraban y escribia letras de canciones y poesía y cuentos cortos... Vaya que me hacia falta recordar que puedo crear... por ahora me gustaría dejar algo de lo que encontre en esos discos. No es de mi autoría, pero alguna vez lo escuche en voz de Fernando Delgadillo y me parecío mu bueno.

EL RAYO DE LUZ (Fernando Delgadillo)

Y érase que se era
un rayo de luz cualquiera,
que se encontraba finalmente
en posición de decidir
a donde debía dirigir su brillo;
si alumbrar la grandeza
o conformarse con algo más sencillo
como un claro en la selva,
tal vez llevar un poco de alivio
al prisionero en lo oscuro de su celda
o ser la luz que brota
después de una tormenta.

Y es que hay tantos buenos usos
para un pequeño rayo,
desde ser la luz de un farol
que en una calle alumbra
hasta ser la luz del sol
o un rayito de luna,
desde brillar en un castillo
hasta ser la luz de un cirio
en alguna catedral,
crepitar en la hoguera
de una noche invernal,
ser el brillo de una estrella
o el relámpago del huracán.

Tantos lugares que este rayo podría iluminar
como hay cosas en este mundo
que se merecen brillar...
se decidió a brillar
el rayo en una mañana otoñal
por donde no pasaba nadie
que pudiera mirar.

Dejo la grandeza a un lado
y prefiero la sencillez
de una mañana en el campo
que con todos sus colores,
le agradeció infinitamente
el calor que le brindaba
a pesar de ser tan solo
como cualquier otra mañana.

Si fuéramos un poco
como ese pequeño rayo
y brilláramos con quien más nos quiere
en lugar de ser brillantes
solo con quien nos conviene,
tal vez no habría tanta grandeza
pero habría más gente contenta
y eso a fin de cuentas
es mucho más importante
que un millón de obras de arte
perfectamente iluminadas.